viernes, 3 de abril de 2009

Carta abierta a un «amo del mundo»

"Tu osadía y tu resolución no te dan ningún derecho a quedarte con lo que otros necesitan. Ni siquiera tu esfuerzo titánico o tu voluntad inquebrantable pueden darte ese derecho. No valen más que la habilidad de ese carpintero o la dedicación de ese labrador; no son mejores que la abnegación de una madre o los versos de aquel poeta. Todos aportamos, todos construimos el mundo. No serías nada ni nada podrías si no fuera por nosotros. Tu poder, tus conquistas y tus cuentas de resultados dependen del esfuerzo callado de muchos. ¡Tu propia existencia como ser humano depende de tantos!... Puedes creerte mejor o más imprescindible, pero si sobra alguien eres precisamente tú. Lo que tú haces lo haría cualquiera, o lo haríamos todos. No requiere mucha ciencia, y aún menos sabiduría. Pero lo haríamos de otra manera, porque no podemos ser como tú… ¡no queremos ser como tú! Nos gusta más la palabra cooperación que la palabra competitividad; mucho más que individualismo, solidaridad; nos seducen el apoyo mutuo y la generosidad, pero el afán de riesgo y la competencia no nos dicen nada. Si te fueras no se pararía el mundo… pero te invitamos a que te quedes."
Carta abierta a un «amo del mundo»
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Hasta hace no demasiados meses nos han estado haciendo creer que había por ahí una especie de titanes de la economía, seres casi sobrehumanos, que poseían el secreto de la abundancia sin límites y que estaban entregados a la impagable labor de hacer crecer el producto mundial para que todos los demás, pobres e impotentes mortales, prosperáramos a la sombra de su incansable esfuerzo. También nos decían que la codicia que parecía impulsarlos no era tal, sino estímulo emprendedor y sano afán competitivo. Y ahora, cuando se ha descubierto que todo era un montaje urdido para saquear el mundo en beneficio propio, y que la codicia no era más que lo de siempre, esto es, una compulsión psicopatológica en pos de dinero, todo lo que somos capaces de hacer, además de entregarles ingentes cantidades de dinero público para que siga en pie su particular Olympo, es esperar y rezar para que las cosas vuelvan a estar como estaban.

Parece que nadie quiere asumir que una forma de organización de la comunidad humana en la que unos cuantos miembros de esa comunidad acumulan y retienen para sí lo que miles de millones de personas necesitan para vivir dignamente, o para no morirse indignamente, es una forma de organización inhumana, genocida y absolutamente intolerable.

... Pero la toleramos. Y no sólo la toleramos, sino que también la justificamos, la defendemos y hasta la anhelamos; temblamos con sólo pensar que desaparezca. Porque, ¿de qué se habla a raíz de la crisis económica global en la que andamos metidos? De rescatar, de reconstruir, de restaurar. En definitiva, de volver a poner a pleno rendimiento ese modelo de organización que ya excluía y condenaba a la miseria a innumerables de nuestros semejantes mucho antes de la llegada de la crisis y que, por añadidura, estaba aniquilando el hábitat natural que nos sustenta a todos.

Ahora bien, la pregunta que yo me hago es la siguiente: ¿De verdad todos queremos eso, o sólo lo quieren unos pocos y a los demás se nos ha confundido hasta tal punto que sólo somos capaces de creer que es eso lo que queremos?

Hace un siglo y medio ya Marx nos advirtio que las clases dominantes siempre tratarían de dar a sus valores forma de universalidad; esto es, de presentarlos como los únicos valores razonables e inculcarlos al conjunto de la sociedad. Del mismo modo, las clases privilegiadas de hoy en día, si quieren mantener sus privilegios, están obligadas a generar la ilusión de que la vida sólo tiene sentido si se vive como ellos la viven; y de que lo único capaz de hacer que cada vez más gente viva de esa manera es el sistema de libre mercado y la competencia de todos contra todos.

¿Qué quiero decir con esto? Pues que la ideolgía dominante lo primero y más importante que tenía colonizar era la conciencia individual de todos y cada uno de nosotros. Dicho en una palabra: confundirnos. Y ello por cuanto son conscientes de que no se puede concebir otro mundo, y mucho menos hacerlo posible, desde la confusión interior. Si de mí sólo sé lo que me dicen que soy; seré, fatalmente, lo que otros quieran que sea.

Por eso yo le pediría al lector de DESAFÍO SILENCIOSO que estuviera dispuesto, en primer lugar, a tener un pequeño encuentro consigo mismo; y, a partir de ahí, empezar a sacudirse ese pesimismo antropológico que trata de convertirnos a todos en aves de rapiña, en seres poseídos por el egoísmo y la ambición, seres que sólo se mueven alentados por recompensas materiales o privilegios de poder.

No somos así, desde luego que no. Pero, sobre todo, no queremos ser así; ya que, en el fondo, esa es una condición que hace sufrir al hombre. Y lo hace sufrir porque lo pone en constante tensión consigo mismo y echa a perder lo mejor que puede depararle la vida, que no es otra cosa que el encuentro pacífico y afectuoso con los demás. Al ser humano no le queda bien el atavío de la fiera; se le rompen las costuras por los cuatro costados.

Así pues, podemos estar perdidos, porque nos han desorientado; podemos estar dormidos, porque nos han narcotizado; incluso podemos estar ciegos, porque nos han vendado los ojos, pero no estamos locos, sino que sabemos lo que queremos, como dice la canción. Y lo que queremos es un mundo más humano.

GLOBALIZACIÓN

"El visitante del Primer Mundo se acercó a aquella mujer en una remota aldea africana para ver qué estaba cocinando mientras la miraban atentamente los tres pequeños que estaban tendidos en el suelo de la humilde choza que les servía de cobijo. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que en el interior de la cacerola sólo había agua y unas cuantas piedras, por lo que se apresuró a preguntarle qué estaba haciendo. –Dar de comer a mis hijos– respondió ella. –¿Pero cómo van a comerse esas piedras?– dijo el hombre entre incrédulo y enojado. –Verá señor –le explicó la mujer en un tono sereno– la verdad es que no tengo nada para darles, y así van ya muchos días; por lo que hiervo estas piedras y cuando ellos ven salir humo de la cacerola comienzan a preguntarme –¿cuándo estará, mamá?– a lo que yo respondo –ya falta poco–. Así una y otra vez, hasta que sin darse cuenta se van quedando dormidos. –¿Y de qué puede servirles eso?– dijo el hombre, cada vez más perplejo. A lo que ella le respondió: –durante unas horas, mientras les dure el sueño, apartarán de sí el dolor y vivirán felices– Ahora el tono del hombre se volvió más áspero: –¿Por qué los alimentas con sueños en lugar de enseñarles a buscar y obtener lo que necesitan? Que recorran los alrededores con los ojos bien abiertos o vayan a la ciudad, allí siempre hay oportunidades. –Ya han recorrido kilómetros y han estado en la ciudad– fue la respuesta de la mujer, –pero la única manera de conseguir algo es quitándoselo a otros que están tan hambrien-tos como nosotros, y ellos no saben hacer eso. Además, si lo hicieran no sólo seguirían sintiendo hambre porque es muy poco lo que hay para robar, sino que la mala conciencia les impediría disfrutar de una «buena comida» durante sus horas de sueño.– Y el hombre se alejó cabizbajo y avergonzado de la escena."

Un relato estremecedor que todos quisiéramos que fuera pura ficción, pero que desgraciadamente describe una práctica habitual en algunos pueblos africanos cuando son azotados por el hambre. Ese relato trae también a colación el argumento de moda, el gran justificador de la barbarie del hambre y de la miseria. «Enséñalos a competir y se acabarán sus problemas». «No se te ocurra darles dinero; deben aprender a buscarlo». «¡Que espabilen!». Ahora bien, pedir que las distintas formas de concebir la vida, las diversas trayectorias étnicas, sociales y culturales; las variopintas maneras de relacionarse con el mundo se hagan todas una y asuman que la competencia y el mercado, entrando hasta en el último rincón de sus tradiciones, les van a traer el pan y la sal, es pedir lo imposible. Pero es más, ojalá nunca sea escuchada una petición así. Porque el mercado no sólo no les traerá el pan, como no lo está haciendo, sino que se llevará la sal; acabará con la poca alegría que aún pueda reportarles a esos pueblos una forma mucho más humana de entender la vida y relacionarse con sus semejantes.

Si contemplamos la globalización como lo que realmente es, como una red intrincada de recursos limitados a los que se accede a través de innumerables vasos comunicantes conectados todos entre sí, es fácil comprender que lo que se extrae en exceso de alguno de ellos repercute en la escasez de otro u otros, sea donde sea que estos se encuentren. Siempre hay una relación directa entre la acumulación de bienes por tal o cual persona o país y las carencias que se padecen en algún otro lugar, próximo o remoto. Lo que unos obtienen de más, otros lo obtienen de menos, siendo tan directa la relación que podrían hacerse números acerca de los niños que tienen que morir de hambre en cualquier parte del mundo para que una señora acaudalada se desplace en Jet privado desde Nueva York hasta París, esté un par de días de compras y vuelva a su casa cargada de artículos que, a buen seguro, ni necesitará en absoluto ni en el fondo le dirán nada.

¿Cuánto cuesta comprar un modelo de la última colección de Dior? ¿Tres niños, cinco, tal vez ocho? Porque el silencioso genocidio de los excluidos no tiene nada de gratuito; no sólo es perfectamente evitable, sino que está provocado por causas y agentes concretos. Cuando esos niños mueren es porque todo lo que les había correspondido a sus vasos comunicantes alguien lo extrajo sin miramientos para sí desde cualquier otro sitio, desde cualquier otro «vaso», tal vez más accesible o más fácil de explotar. ¿Fatalidad o crimen? Que cada cual elija según su conciencia...

GIGANTE CON PIES DE BARRO

"…Y seguir esperando, entre la rabia y la impotencia, que a los fuertes se les abra el corazón, que a los gobernantes se les abran los ojos o que a los justos y valerosos les rebose la infamia, enarbolen sus banderas y nos llamen a la sagrada revolución. Nada de eso es ya posible. Lo primero lo prohíbe la naturaleza humana, lo segundo lo contradice la implacable lógica del poder y lo tercero pertenece al ámbito de la ficción histórica."
bbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbbb bbbbbbbbbbbEl capitalismo es sólo un «monstruo producido por el sueño de la razón». Simplemente, no es real. Si un día nos levantáramos pensando que el capitalismo no está ahí y que no estamos obligados a dar los pasos que él nos va marcando nos percataríamos de que su fuerza para obligarnos es nula. Recordemos a Max Weber: “El hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido”.
BBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBB bbb El capitalismo lo creamos nosotros, pero luego es él quien nos crea. Como en la metáfora de la película Matrix, donde el hombre real creó la máquina que terminaría creando al hombre virtual, el capitalismo termina adoptando la forma de un Leviatán poderosísimo, ubicuo e ineludible, en virtud del cual todo lo que quiera existir ha de hacerlo a su manera. Si el capitalismo no lo creáramos cada día, entonces no existiría. Si concebimos la revolución como algo que nos permita detener esa creación, entonces se desvanecería.
BBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBB El problema reside en que cuando pensamos el «Sistema» siempre nos ponemos a hacer inventario de las fuerzas que ejercen algún poder sobre nosotros: los tiranos, el capital, las multinacionales, los ideólogos serviles, los líderes obsequiosos y corruptos, los centros de producción y difusión de mentiras, los falsificadores de la moral… Nunca nos paramos a preguntarnos lo más básico: ¿de dónde toman todos ellos ese poder? No hay leyes ni ejércitos que nos obliguen; ningún duende malvado nos susurra al oído lo que tenemos que hacer ni se nos amenaza con severos castigos si decidimos no hacerlo. El error está en mirar a nuestro alrededor, cuando lo cierto es que el enemigo lo llevamos dentro. Sobre lo que hay que actuar no es sobre personas o instituciones, sino sobre tendencias y rutinas. Si reenfocamos éstas, aquéllas cambiarán solas. Es en el interior de todos y cada uno de nosotros donde hay que mirar.
BBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBBB Nadie va a venir a rescatarnos. Esta es una empresa más que nunca –o más bien, como nunca– de la gente corriente, del ciudadano de a pie que ve cómo se descompone el mundo a su alrededor y necesita aferrarse a una esperanza. Nunca estuvo tan solo el hombre de bien, ese ser anónimo que, a despecho de príncipes y conquistadores –y a pesar de sus estériles ambiciones–, ha hecho posible el verdadero avance del mundo y ha sabido garabatear en las páginas de la historia los únicos trazos auténticamente humanos que cabe adivinar en su, por lo demás, patético curso.

lunes, 16 de marzo de 2009

CODICIA

CODICIA
¿Qué es la codicia? Encerrar en cajas fuertes ingentes esperanzas y deseos de vivir hasta que se marchiten para siempre; acumular en cuentas corrientes millones de sonrisas hasta que se transmuten en muecas de dolor; cercar con alambradas y convertir en territorio de caza cualquier valle donde todavía pasten alegres un puñado de almas sencillas y confiadas.

Todo lo que incrementa innecesariamente el dolor de los seres vivos es cruel; si además esos seres vivos son seres humanos, es infame. La codicia, sin ningún género de dudas, es la principal fuente de dolor en el mundo y, con mucho, la principal amenaza para la continuidad de las condiciones que hacen posible la civilización; desde las condiciones ecológicas de nuestro hábitat hasta las condiciones morales de la sociedad.


La codicia tal vez sea el estado más virulento de dependencia que se conozca; el más resistente al cambio y, sin duda, el menos aceptado como problema. La esclavitud a la que somete es además la que más hiere, porque nada ni nadie la fuerzan, sino que nace de la más vergonzosa impotencia personal, de la cobardía más humillante. Querer poseer sin querer nada más es estar poseído sin más. Como cualquier otra dependencia es incapaz, excepto en sus inicios, de proporcionar el más mínimo placer; pero no puede ser abandonada porque se ha vuelto imprescindible para ahuyentar el síndrome de abstinencia. Una vez al timón de nuestra vida es mucho más implacable y apremiante que ningún otro vicio. Sin embargo, se ha consagrado la codicia como principio básico de convivencia y prosperidad. ¿Es posible un mayor despropósito?

La codicia, puesto que se ceba en la desposesión y el sometimiento del «otro», sólo cuenta con un arma para ser satisfecha: la violencia. Una violencia que el mercado, con su red de interacciones aparentemente libres y sus órganos de arbitraje presuntamente neutrales, ha logrado disfrazar de mil y una formas. Es violencia la amenaza de deslocalización o regulación de empleo con la que las empresas consiguen rebajas fiscales o revisar a la baja los convenios laborales. También lo es imponer a las comunidades y países más débiles unas condiciones comerciales draconianas o hacerles la competencia desleal mediante el dumping. Es violencia ofrecer a un demandante de empleo un trabajo por debajo de los estándares legales a sabiendas de que si éste no lo toma ya lo hará otro con necesidades más acuciantes. También es violencia exigir y conseguir que los planes educativos ignoren toda formación humanística para centrarse exclusivamente en lo que necesita el mercado. Como lo es permitir el abuso del marketing comercial sobre las debilidades humanas sin importar en ningún momento lo que se le pueda estar robando a los grupos más indefensos de la sociedad, empezando por los niños.

Todo eso es de una violencia brutal, inenarrable, aunque sea puesto en escena de forma rutinaria y con toda la naturalidad del mundo. Un mundo que se ha llenado de violencia porque se ha consagrado un modelo violento de convivencia. Las sociedades humanas han ido progresando conforme conseguían arrinconar los instintos individuales y aplacar la violencia. Una comunidad estaba más desarrollada en tanto que se alejaba del estado salvaje en el que los instintos se hacían valer mediante la fuerza. Pero ahora se rescatan esos instintos y se allana el camino para que se expresen libremente. La violencia como forma de realizarse en el mundo se vuelve de nuevo soberana. Han cambiado los medios; ya no se ejerce con la espada o con el mosquete, sino con la cuenta corriente y los paquetes de acciones. Antes las víctimas de un solo violento no podían ser muchas: a mandoble limpio no se puede uno llevar por delante a mucha gente. Ahora un solo poderoso, armado de capital hasta los dientes, puede ejercer su violencia simultáneamente sobre millones de personas.

La violencia que puede ejercerse por medios económicos ha demostrado que puede llegar mucho más lejos que ninguna otra violencia y que tiene un poder de devastación que lo alcanza absolutamente todo. No sólo el medio natural y el patrimonio biológico del planeta; no sólo las culturas menos aptas o los grupos sociales más débiles; no sólo las tradiciones, las costumbres y las instituciones sin valor contable; no sólo los torpes, los tímidos o los lentos… sino también la belleza, la palabra, el encuentro, la esperanza, las ilusiones y los sueños.

viernes, 6 de marzo de 2009

ESQUEMA GENERAL DE LA OBRA

El análisis que hago en este ensayo, aunque con un trasfondo psicológico, tiene también un carácter sociológico y antropológico. En él se critican los postulados y fundamentos del llamado «pensamiento único», pero intentando sacar a la luz sus contradicciones antes que haciendo un mero recitativo de los fraudes intelectuales y las verdades a medias que lo configuran. Se hace una crítica de fondo al pensamiento neoliberal y al paradigma cultural que le sirve de caldo de cultivo: el posmodernismo.

El libro está estructurado en seis capítulos:

El primer capítulo expone brevemente los problemas más acuciantes del momento histórico actual y argumenta cómo la dinámica intrínseca del libre mercado no sólo es incapaz de abordarlos sino que también es responsable de ellos.

En el segundo capítulo se analizan las causas histórico-culturales que han llevado al desarme intelectual y la paralización de la sociedad, predisponiéndola a aceptar casi cualquier cosa.

El tercer capítulo narra la llegada al poder del capitalismo ultraliberal y pone al descubierto las falacias y mitos en los que se sustenta esta doctrina económica.

El cuarto capítulo desenmascara los fundamentos últimos de la ideología neoliberal y denuncia sus más groseras contradicciones.

El quinto capítulo es un breve estudio de la naturaleza humana que sirve para fundamentar tanto la propuesta de acción que se hará en las últimas páginas del libro, como un optimismo incondicional en relación con el género humano y sus posibilidades.

El sexto y último capítulo presenta, tras descartar otras posibles alternativas como la acción revolucionaria o la reforma institucional, una sencilla fórmula para humanizar y transformar el mundo en que vivimos.

martes, 17 de febrero de 2009

¿QUÉ ES GLOBALIZAR?

"Nada más cierto que el viejo refrán que dice que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. Por eso alentar hasta lo esperpéntico las necesidades de la gente es un verdadero atentado contra la felicidad. Porque aunque ésta no pueda ser establecida por decreto, la frustración sí que puede serlo. El libre mercado es un monstruo insaciable que se alimenta del desconcierto y la insatisfacción humanas; cuanto más consigue que éstos aumenten, mejores son sus cuentas de resultados. Generar constantemente nuevas necesidades entre los consumidores acomodados del mundo rico y estar persuadiéndolos sin descanso de que su felicidad depende de satisfacerlas lo antes posible es ya un despropósito digno del mayor rechazo, pero cuando las víctimas del tinglado son los desdichados habitantes del Tercer Mundo o los propios pobres de los países desarrollados la cosa alcanza tintes de auténtica crueldad.
¿No es acaso este concepto de felicidad lo primero y más importante que había que globalizar? Quienes algún día aprendieron a ser felices de otra manera son los peores enemigos del capitalismo; y no porque su manera de alcanzar la alegría pueda llegar a ser contagiosa o porque sean clientes permanentemente fallidos para el mercado, sino sencillamente porque están ahí, porque sobreviven entre los residuos, resisten lo abominable… y continúan riendo."

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AAAAEste párrafo del libro describe otro modo de entender la globalización. ¿Cuántos de nuestros sueños han sido ya globalizados? ¿Cuántos de nuestros deseos y aspiraciones? ¿Cómo de uniforme y obediente se ha vuelto la conciencia de los seres humanos a la hora de concebir la vida?

AAAALos neoliberales han acusado hasta el empacho al Socialismo de dar lugar a un «colectivismo deshumanizador», sin ser conscientes de que estaban definiendo magistralmente su propio modelo de aniquilación humana. El mercado da lugar a un individualismo radical en la producción y acaparamiento de bienes, y a un colectivismo absoluto en la búsqueda de sentido vital. Somos múltiples y rivales para los actos de supervivencia mientras somos sólo «Uno» para los actos de conciencia. En realidad, debiera ser todo lo contrario: tendríamos que funcionar al unísono para producir y repartir los bienes que nos proporcionaran a todos una vida material digna, y permitir que cada cual siguiera su propio camino para llegar a ser «él mismo».

martes, 3 de febrero de 2009

Felicidad

AAAAEl eje central en torno al cual gira el desarrollo argumental del libro es que esa gran mentira que subyace a los enormes desequilibrios y amenazas del mundo de hoy es mucho más de orden antropológico que de orden político o económico. Las grandes falacias y mitos de la economía liberal (el mito de la mano invisible, la falacia de la infinita sabiduría del mercado, el mito del círculo virtuoso de la productividad y la riqueza, etc.) apenas conseguirían una pequeña porción de la conformidad y la resignación con la que el grueso de la sociedad acepta ese expolio material y moral al que está siendo sometida. El verdadero mito que le confiere al capitalismo un poder pétreo y casi inespugnable es el de que la felicidad se alcanza con dinero; el hecho de habernos convencido a casi todos de que lo único importante en la vida es incrementar las propias posesiones para, a través de ellas, alcanzar todo lo demás: poder, estatus, admiración, seguridad, amor...
AAAAEn el capítulo dedicado a la libertad y a la felicidad, el libro lo expresa en estos términos:
"Así pues, ya tenemos el fundamento básico de la ideología neoliberal: una burda asimilación de la felicidad al dinero (o a cualquiera de sus derivados: poder, éxito social, adulación, vasallaje...) El derecho a la propiedad es el derecho más inalienable del hombre porque equivale al mismísimo derecho a la felicidad. A partir de ahí toda su jerarquía de valores se establece sola y todos los desmanes quedan legitimados.
AAAALa exclusión, la miseria y el dolor del prójimo se vuelven admisibles en el momento en que se considera que la felicidad llega de la mano del dinero. Si una persona es más feliz cuanto más posea, negarle el derecho a poseer más es negarle el derecho a la felicidad. Desde este punto de vista, la limitación de la propiedad privada y el reparto de bienes siempre traen la insatisfacción generalizada: sobrevivirían todos, pero nadie sería feliz. De donde se deduce que lo que hay que tomar en cuenta no es el número de los que se ahogan en la miseria, sino el de los que nadan en la abundancia. El mundo, en su conjunto, es más feliz cuantos más ricos produce. Es a esto a lo que se referían Micklethwait y Wooldrigge cuando decían aquello de que la globalización enriquece a un número de personas suficiente para hacer que todo el proceso sea válido.
AAAAPero basta un único argumento para echar por tierra esa especie de moral invertida con la que se está sometiendo al mundo. Ni un solo deseo del hombre, ni el más fuerte y sincero, ni el más inaplazable, ni el más noble –y ni qué decir tiene que los deseos que satisface el dinero carecen, por definición, de toda nobleza–, absolutamente ninguno, es más valioso que la vida de un semejante. Nada concebido por mente alguna puede superar en valía a la posibilidad de que otra mente llegue a concebir lo mismo. Si para que los deseos de los hombres se cumplan, por loables y altos que sean, es necesario que mueran otros hombres, esos deseos han dejado de valer nada; y perseguir su cumplimiento, establecer vías para su realización, dictar normas u organizarse en pos de ello, no es más que una prueba más de lo lejos que estamos de ser verdaderamente humanos."

lunes, 2 de febrero de 2009

POPULISMO

"...cuando los organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se dedican a la noble tarea de estimular el desarrollo de los países atrasados o de sacarlos de algún aprieto nunca hablan de privatizar servicios públicos, sino de «alinearse con el mercado»; no exigen flexibilidad y precariedad laboral, sino competitividad; no obligan al monocultivo y a la liquidación de formas ancestrales de vida, sino a que no se pongan trabas a la explotación intensiva y a las exigencias de la pronta rentabilidad. Lo que hacen esos famosos programas de ajuste es imponer una lógica perversa en virtud de la cual los más necesitados, para ganar, tienen que perder; confiándose a la promesa de que algún día los parabienes del crecimiento también les llegarán a ellos. Pero es más, aun cumpliéndose a rajatabla esos criterios, como ocurrió en México en la década de los 90 del siglo pasado y en Argentina durante los primeros años de este siglo, puesto que la voracidad del dinero es absolutamente irracional y la liberalización de los mercados de capitales lo permite, el capital especulativo acudirá como un tiburón hambriento allí donde esas reformas están logrando engordar a la presa y la devorará de unas cuantas dentelladas. Y voilá, ya tenemos servida la crisis, cuyo verdadero nombre es «recesión, millones de parados, pobreza, hambre infantil, desesperanza, conflictos sociales, represión…»
AAAA¿Qué ocurre si en algún cercano o remoto lugar del mundo llega al poder un gobierno que intenta resistirse a esa lógica? En relación con esto hay que hacer una puntualización previa que a muchos les resultará chocante. Por mucho que se difunda la imagen del líder corrupto y/o ineficaz del mundo en desarrollo, hay que recalcar que no sólo no siempre es así, sino que muchas veces responde a un interés indiscutible de los poderes globales para que en Occidente se tenga un perfil estereotipado de esos líderes al que recurrir en cuanto la ocasión lo requiera; esto es, cuando alcance el poder alguien que intente hacer frente a la lógica de dominación Norte-Sur y recabe para ello el apoyo de la opinión pública internacional.
AAAA¿Y cual es ese perfil? Pues no otro que el de un botarate inculto y arrogante, populista y megalómano en el mejor de los casos y psicópata en el peor. Sin embargo, no es tan difícil que un «ser humano» llegue al poder en el llamado «Tercer Mundo» . Todo lo contrario, merced al principio de proximidad, es en esos países donde es más probable que la política tenga en cuenta las necesidades de la gente. Eso lo saben bien los cooperantes y los misioneros, que han visto cómo han sido derribados innumerables gobiernos y asesinados numerosos líderes políticos por situarse precisamente en esa posición de resistencia. Desgraciadamente también lo saben los poderes que manejan el mundo, los cuales ponen tanto o más ahínco hoy en día en controlar la posibilidad de que acceda al poder un gobierno redistributivo que el que pusieron en su momento para impedir que gobernaran partidos políticos o grupos revolucionarios de ideología marxista.
AAAAVeamos un ejemplo de lo que venimos diciendo en relación con el tan satanizado populismo con el que han sido bautizados algunos recientes gobiernos de Iberoamérica.

«La Constitución que se perfila en Bolivia tendrá mucho de novedad histórica… si sale adelante se habrá conseguido la soberanía estatal sobre los recursos naturales, el pluralismo político, el reconocimiento de las minorías, el respeto por las lenguas indígenas, la potenciación de la economía familiar y comunitaria para hacer factible el desarrollo sostenible y la distribución equitativa de la riqueza. A Europa sólo se le pide no poner zancadillas al proceso jurídico-político que conduciría al nuevo orden constitucional»

AAAAAsí se expresaba Francisco Fernández Buey, catedrático de filosofía de la Universidad «Pompeu Fabra» en un artículo de opinión aparecido en el diario El País en su edición del 28 de abril de 2006. ¿Es posible ver algo perverso en esa declaración? ¿Por qué quien así se manifiesta pide –casi suplica– a Europa (a los EEUU ni siquiera se atrevería) que se les deje al menos intentarlo? ¿No se trata, ahora sí, de un paquete de objetivos razonables y humanos que mejorarían las condiciones de vida de la gente? Pues bien, ese es el tipo de declaraciones que el capitalismo neoliberal considera poco menos que demoníacas
[1]. Ahora estamos en condiciones de responder la pregunta que nos hacíamos: ¿Qué ocurre cuando un gobierno pone el énfasis en sacar de la miseria a los más necesitados con medidas reales que los favorezcan y no apelando a la incierta y quimérica exuberancia del mercado; cuando intenta respetar, aunque sea mínimamente, los derechos de los trabajadores; cuando procura no destruir el medio natural, lucha con­tra la especulación o grava razonablemente las rentas del capital? Pues que no sólo hará huir a los inversores como si de la peste se tratara, sino que se procurará desde todas las instancias globales de poder que sus objetivos no salgan adelante y, antes o después, el «buen gobierno» será convencido, derribado o corrompido para que se impongan esas condiciones que tanto gustan al dinero.

[1] Puede parecer abultada la palabra, pero si alguien tiene la estéril ocurrencia de perder el tiempo leyendo libros o artículos de opinión firmados por alguno de esos insufribles intelectuales que se dicen liberales (se quedan con la segunda parte del término «ultra-liberal» cuando en rigor sólo les corresponde la primera) comprobará hasta dónde son capaces de llegar con sus retorcidos argumentos y teorías. Y siempre parapetándose en un concepto del que se creen dueños, pero del que en realidad no saben absolutamente nada: la libertad. Por ejemplo, Carlos Rodríguez Braun, economista argentino que lleva años ejerciendo de paladín de los ricos del mundo, no tiene empacho alguno en culpar a Salvador Allende de los crímenes cometidos por Pinochet. Apoyándose en el terco e infame argumento ultraliberal de la responsabilidad diferida («las víctimas siempre son culpables»), nos dice que si el Presidente legítimo de Chile no hubiese intentado poner trabas al mercado con su programa de socialismo económico, no habría incitado a la revuelta militar. En fin, que si Allende no se hubiese atrevido a tocar el bolsillo de los ricos para aliviar las necesidades de los pobres, no habrían sido asesinados, secuestrados o torturados tantos miles y miles de chilenos inocentes. Y lo dice en términos de una supuesta conmiseración hacia las víctimas del régimen pinochetista. Se entiende que lo que conculcó Allende fue la sagrada libertad que tenían los chilenos de morir según sus propias preferencias: si se estaban muriendo tan a gusto de hambre, ¿por qué los llevaban ahora a morir ante las bayonetas del tirano?

¿LIBERTAD?

Uno de los argumentos que diríamos fuertes del libro es el de que el neoliberalismo está basado en una noción de libertad que no sólo es completamente contradictoria, sino que también es falaz, puesto que le otorga a la libertad económica la absoluta supremacía sobre todas las demás libertades, especialmente las libertades específicamente humanas, como pueden ser el deseo de vivir en un mundo justo, el de tener un aire más limpio o el de aspirar a una sociedad menos consumista. Son cada vez más los atropellos que se cometen en nombre de la libertad. Veamos algunos pasajes del libro en relación con esto:
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AAAALo que ha hecho el neoliberalismo con la noción de libertad ha sido vaciarla de todo contenido humano y ponerla al servicio, de modo exclusivo y excluyente, de los intereses económicos privados; esto es, convertirla en un arma de los fuertes para someter a los débiles. La libertad, en una burlesca contradicción, se transforma en el instrumento privilegiado para hacer esclavos. Que la libertad de los lobos significa la muerte de los corderos es algo meridianamente claro; lo que resulta humillante es que se nos quiera hacer creer que la libertad de los lobos aumenta la libertad de los corderos, y que si estos mueren será por no haber sido capaces de vestir la piel de lobo con determinación y presteza. Para legitimar esta absurda noción de libertad lo único que se requiere es que haya unas cuantas pieles de lobo esparcidas por el bosque y que todos los corderos tengan la posibilidad de luchar en igualdad de condiciones para intentar conseguir alguna....

AAAAAun cuando consiguiéramos salir airosos de la encrucijada ecológica que amenaza nuestra supervivencia; por mucho que las civilizaciones terminaran aliándose y el terrorismo y las guerras dejaran de suceder; si la historia hubiera llegado a su fin como afirma Fukuyama o hubiese perdido su razón de ser, como nos dice el posmodernismo... ¿Se imaginan un mundo parado en un punto en el que la lucha por la vida ha anulado toda conciencia de humanidad compartida, toda capacidad de encontrarse en el «otro» y saber de sus alegrías y sus miedos? ¿Se imaginan un mundo donde ha desaparecido todo atisbo de solidaridad y empresa común?; ¿un mundo en el que hay que estar en constante alerta; sin otra ocupación que la de descargar golpes a diestro y siniestro para subir al tren de los incluidos, o para no ser apeado de él?; ¿un mundo en el que se es víctima o verdugo, pero nunca se es neutral, porque no hay espacio para la retirada? Y así por los siglos de los siglos; generación tras generación; para ti y para tus hijos, y para los hijos de tus hijos…

AAAA¿Y a cambio, qué? ¿Una que otra piel de lobo escondida en la maleza para, si soy capaz de encontrarla y disputarla con éxito, empezar a ser como ellos, poseer lo que ellos poseen, vivir como viven? ¿Perder mi libertad para abrazar su esclavitud? Si es ese el premio, aunque no tuviera que traicionarme a mí mismo ni luchar con nadie para conseguirlo, se lo pueden guardar.

AAAA...el rasgo distintivo del neoliberalismo es que pone todo el énfasis en la libertad para enriquecerse (a la que eufemísticamente llaman libre comercio). ¿Pero qué nos mueve a hacernos ricos?; ¿qué nos lleva a seguir acumulando bienes más allá de los necesarios para satisfacer las exigencias de una vida digna? Únicamente el instinto de territorialidad y poder que arrastramos desde formas arcaicas de existencia. A pesar de todos los ropajes sociales y culturales que se les pongan, las conductas encaminadas a la adquisición y acumulación de bienes materiales no son más que la expresión externa de nuestro afán de dominio y posicionamiento en el grupo. Es, por tanto, a los más descarnados instintos a quienes entregamos la dirección de nuestros asuntos cuando apostamos por el libre mercado. No hay, en realidad, mayor esclavitud que ese todos contra todos que nos devuelve a la selva y le entrega todo el control a lo que de animales aún conservamos, que no es poco.

¿De verdad somos tan «malos»?

AAAANo se puede concebir otro mundo, y mucho menos hacerlo posible, desde la confusión interior. Si de mí sólo sé lo que me dicen que soy; seré, fatalmente, lo que otros quieran que sea. La naturaleza que se me ha asignado, dando por zanjado cualquier cuestionamiento a su evidente verdad, es la de un ser dominado por el egoísmo y la ambición, ávido de ventajas sobre los demás y deseoso de poseer riquezas; alguien que sólo se mueve alentado por recompensas materiales o privilegios de poder. Todo lo que creo ver en mí más allá de esa forma de ser es, o un espejismo creado por la mala conciencia, o pura hipocresía.
AAAAEl gran error de la filosofía política de todos los tiempos ha sido adherirse ciegamente al punto de vista del poder, según el cual todos los seres humanos son igual de malvados. Efectivamente, la filosofía política, desde Maquivelo hasta Popper, ha consistido siempre en buscar los argumentos más sutiles y resolver las ecuaciones más inverosímiles para demostrar que todos somos malvados y que sólo las circunstancias favorables o un carácter excepcional permiten que unos suban mientras otros se arrastran impotentes. Después, por arte de una misteriosa alquimia, toda esa maldad a la que nadie escapa se transmuta en beneficio para todos: orden, seguridad, racionalidad, progreso, prosperidad…
AAAAAcusadas unas veces de ignorancia, otras de ligereza o desenfreno, casi siempre de pereza e invariablemente de rencor hacia los fuertes, las masas forman parte del pasivo de la gran empresa histórica reservada a los ilustres; muchedumbres siempre a punto de desbocarse, incapaces de dar un solo paso sin la tutela de los grandes hombres.

AAAALa verdad, sin embargo, está en las antípodas de esa manera de concebir la realidad:

“Los avances de la humanidad no han sido gracias a los grandes hombres, sino a pesar de ellos y de sus ambiciones. A la gente de bien siempre le ha tocado llorar a los muertos y reconstruir lo devastado por los egos insaciables. Si no hubiera sido por el contrapeso de la buena voluntad, por infinitas toneladas de buena voluntad, la civilización no hubiera pasado de un patético amago. La ecuación no puede ser más simple: hacen falta cien buenas voluntades para vencer a una sola mala voluntad. Hay una especie de ley de la entropía cultural que hace que las fuerzas necesarias para lograr un pequeño avance sean mucho mayores que las que son necesarias para deshacerlo. Es algo parecido a lo que ocurre con la entropía física: apenas hace falta energía para abrir la mano y dejar caer una copa de cristal que se hará añicos; piénsese en toda la que hizo falta para producirla. Sin embargo, siguen sin tomarse en cuenta todos esos millones de seres que, desde la retaguardia y el anonimato, y sin otro motor que el de la esperanza y otra fuerza que la del amor, han construido el mundo...

AAAAPodrían considerarse la ciencia y el arte excepciones a esta regla, puesto que detrás de los grandes descubrimientos científicos y de las más espléndidas obras de arte casi siempre ha habido egos hipertrofiados, deseosos de gloria y reconocimiento. Sin embargo, es indudable que la simple ambición nunca es suficiente para avivar la llama que alimenta el genio creativo y, en todo caso, las cumbres innovadoras o creativas a las que son capaces de llegar determinados espíritus privilegiados sólo son las rocas que coronan montañas levantadas previamente por innumerables personas sencillas con su quehacer infatigable y su cuidado de las cosas. En esto, como en tantas otras cosas, son los lazos humanos que tejen la comunidad los que permiten que el saber se vaya acumulando, que la cultura se vaya perfeccionando. Quien haya de poner la última piedra en esas montañas de progreso es irrelevante en comparación con el hecho de que las montañas hayan sido levantadas.”