viernes, 3 de abril de 2009

GLOBALIZACIÓN

"El visitante del Primer Mundo se acercó a aquella mujer en una remota aldea africana para ver qué estaba cocinando mientras la miraban atentamente los tres pequeños que estaban tendidos en el suelo de la humilde choza que les servía de cobijo. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que en el interior de la cacerola sólo había agua y unas cuantas piedras, por lo que se apresuró a preguntarle qué estaba haciendo. –Dar de comer a mis hijos– respondió ella. –¿Pero cómo van a comerse esas piedras?– dijo el hombre entre incrédulo y enojado. –Verá señor –le explicó la mujer en un tono sereno– la verdad es que no tengo nada para darles, y así van ya muchos días; por lo que hiervo estas piedras y cuando ellos ven salir humo de la cacerola comienzan a preguntarme –¿cuándo estará, mamá?– a lo que yo respondo –ya falta poco–. Así una y otra vez, hasta que sin darse cuenta se van quedando dormidos. –¿Y de qué puede servirles eso?– dijo el hombre, cada vez más perplejo. A lo que ella le respondió: –durante unas horas, mientras les dure el sueño, apartarán de sí el dolor y vivirán felices– Ahora el tono del hombre se volvió más áspero: –¿Por qué los alimentas con sueños en lugar de enseñarles a buscar y obtener lo que necesitan? Que recorran los alrededores con los ojos bien abiertos o vayan a la ciudad, allí siempre hay oportunidades. –Ya han recorrido kilómetros y han estado en la ciudad– fue la respuesta de la mujer, –pero la única manera de conseguir algo es quitándoselo a otros que están tan hambrien-tos como nosotros, y ellos no saben hacer eso. Además, si lo hicieran no sólo seguirían sintiendo hambre porque es muy poco lo que hay para robar, sino que la mala conciencia les impediría disfrutar de una «buena comida» durante sus horas de sueño.– Y el hombre se alejó cabizbajo y avergonzado de la escena."

Un relato estremecedor que todos quisiéramos que fuera pura ficción, pero que desgraciadamente describe una práctica habitual en algunos pueblos africanos cuando son azotados por el hambre. Ese relato trae también a colación el argumento de moda, el gran justificador de la barbarie del hambre y de la miseria. «Enséñalos a competir y se acabarán sus problemas». «No se te ocurra darles dinero; deben aprender a buscarlo». «¡Que espabilen!». Ahora bien, pedir que las distintas formas de concebir la vida, las diversas trayectorias étnicas, sociales y culturales; las variopintas maneras de relacionarse con el mundo se hagan todas una y asuman que la competencia y el mercado, entrando hasta en el último rincón de sus tradiciones, les van a traer el pan y la sal, es pedir lo imposible. Pero es más, ojalá nunca sea escuchada una petición así. Porque el mercado no sólo no les traerá el pan, como no lo está haciendo, sino que se llevará la sal; acabará con la poca alegría que aún pueda reportarles a esos pueblos una forma mucho más humana de entender la vida y relacionarse con sus semejantes.

Si contemplamos la globalización como lo que realmente es, como una red intrincada de recursos limitados a los que se accede a través de innumerables vasos comunicantes conectados todos entre sí, es fácil comprender que lo que se extrae en exceso de alguno de ellos repercute en la escasez de otro u otros, sea donde sea que estos se encuentren. Siempre hay una relación directa entre la acumulación de bienes por tal o cual persona o país y las carencias que se padecen en algún otro lugar, próximo o remoto. Lo que unos obtienen de más, otros lo obtienen de menos, siendo tan directa la relación que podrían hacerse números acerca de los niños que tienen que morir de hambre en cualquier parte del mundo para que una señora acaudalada se desplace en Jet privado desde Nueva York hasta París, esté un par de días de compras y vuelva a su casa cargada de artículos que, a buen seguro, ni necesitará en absoluto ni en el fondo le dirán nada.

¿Cuánto cuesta comprar un modelo de la última colección de Dior? ¿Tres niños, cinco, tal vez ocho? Porque el silencioso genocidio de los excluidos no tiene nada de gratuito; no sólo es perfectamente evitable, sino que está provocado por causas y agentes concretos. Cuando esos niños mueren es porque todo lo que les había correspondido a sus vasos comunicantes alguien lo extrajo sin miramientos para sí desde cualquier otro sitio, desde cualquier otro «vaso», tal vez más accesible o más fácil de explotar. ¿Fatalidad o crimen? Que cada cual elija según su conciencia...

No hay comentarios:

Publicar un comentario