martes, 17 de febrero de 2009

¿QUÉ ES GLOBALIZAR?

"Nada más cierto que el viejo refrán que dice que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. Por eso alentar hasta lo esperpéntico las necesidades de la gente es un verdadero atentado contra la felicidad. Porque aunque ésta no pueda ser establecida por decreto, la frustración sí que puede serlo. El libre mercado es un monstruo insaciable que se alimenta del desconcierto y la insatisfacción humanas; cuanto más consigue que éstos aumenten, mejores son sus cuentas de resultados. Generar constantemente nuevas necesidades entre los consumidores acomodados del mundo rico y estar persuadiéndolos sin descanso de que su felicidad depende de satisfacerlas lo antes posible es ya un despropósito digno del mayor rechazo, pero cuando las víctimas del tinglado son los desdichados habitantes del Tercer Mundo o los propios pobres de los países desarrollados la cosa alcanza tintes de auténtica crueldad.
¿No es acaso este concepto de felicidad lo primero y más importante que había que globalizar? Quienes algún día aprendieron a ser felices de otra manera son los peores enemigos del capitalismo; y no porque su manera de alcanzar la alegría pueda llegar a ser contagiosa o porque sean clientes permanentemente fallidos para el mercado, sino sencillamente porque están ahí, porque sobreviven entre los residuos, resisten lo abominable… y continúan riendo."

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AAAAEste párrafo del libro describe otro modo de entender la globalización. ¿Cuántos de nuestros sueños han sido ya globalizados? ¿Cuántos de nuestros deseos y aspiraciones? ¿Cómo de uniforme y obediente se ha vuelto la conciencia de los seres humanos a la hora de concebir la vida?

AAAALos neoliberales han acusado hasta el empacho al Socialismo de dar lugar a un «colectivismo deshumanizador», sin ser conscientes de que estaban definiendo magistralmente su propio modelo de aniquilación humana. El mercado da lugar a un individualismo radical en la producción y acaparamiento de bienes, y a un colectivismo absoluto en la búsqueda de sentido vital. Somos múltiples y rivales para los actos de supervivencia mientras somos sólo «Uno» para los actos de conciencia. En realidad, debiera ser todo lo contrario: tendríamos que funcionar al unísono para producir y repartir los bienes que nos proporcionaran a todos una vida material digna, y permitir que cada cual siguiera su propio camino para llegar a ser «él mismo».

martes, 3 de febrero de 2009

Felicidad

AAAAEl eje central en torno al cual gira el desarrollo argumental del libro es que esa gran mentira que subyace a los enormes desequilibrios y amenazas del mundo de hoy es mucho más de orden antropológico que de orden político o económico. Las grandes falacias y mitos de la economía liberal (el mito de la mano invisible, la falacia de la infinita sabiduría del mercado, el mito del círculo virtuoso de la productividad y la riqueza, etc.) apenas conseguirían una pequeña porción de la conformidad y la resignación con la que el grueso de la sociedad acepta ese expolio material y moral al que está siendo sometida. El verdadero mito que le confiere al capitalismo un poder pétreo y casi inespugnable es el de que la felicidad se alcanza con dinero; el hecho de habernos convencido a casi todos de que lo único importante en la vida es incrementar las propias posesiones para, a través de ellas, alcanzar todo lo demás: poder, estatus, admiración, seguridad, amor...
AAAAEn el capítulo dedicado a la libertad y a la felicidad, el libro lo expresa en estos términos:
"Así pues, ya tenemos el fundamento básico de la ideología neoliberal: una burda asimilación de la felicidad al dinero (o a cualquiera de sus derivados: poder, éxito social, adulación, vasallaje...) El derecho a la propiedad es el derecho más inalienable del hombre porque equivale al mismísimo derecho a la felicidad. A partir de ahí toda su jerarquía de valores se establece sola y todos los desmanes quedan legitimados.
AAAALa exclusión, la miseria y el dolor del prójimo se vuelven admisibles en el momento en que se considera que la felicidad llega de la mano del dinero. Si una persona es más feliz cuanto más posea, negarle el derecho a poseer más es negarle el derecho a la felicidad. Desde este punto de vista, la limitación de la propiedad privada y el reparto de bienes siempre traen la insatisfacción generalizada: sobrevivirían todos, pero nadie sería feliz. De donde se deduce que lo que hay que tomar en cuenta no es el número de los que se ahogan en la miseria, sino el de los que nadan en la abundancia. El mundo, en su conjunto, es más feliz cuantos más ricos produce. Es a esto a lo que se referían Micklethwait y Wooldrigge cuando decían aquello de que la globalización enriquece a un número de personas suficiente para hacer que todo el proceso sea válido.
AAAAPero basta un único argumento para echar por tierra esa especie de moral invertida con la que se está sometiendo al mundo. Ni un solo deseo del hombre, ni el más fuerte y sincero, ni el más inaplazable, ni el más noble –y ni qué decir tiene que los deseos que satisface el dinero carecen, por definición, de toda nobleza–, absolutamente ninguno, es más valioso que la vida de un semejante. Nada concebido por mente alguna puede superar en valía a la posibilidad de que otra mente llegue a concebir lo mismo. Si para que los deseos de los hombres se cumplan, por loables y altos que sean, es necesario que mueran otros hombres, esos deseos han dejado de valer nada; y perseguir su cumplimiento, establecer vías para su realización, dictar normas u organizarse en pos de ello, no es más que una prueba más de lo lejos que estamos de ser verdaderamente humanos."

lunes, 2 de febrero de 2009

POPULISMO

"...cuando los organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se dedican a la noble tarea de estimular el desarrollo de los países atrasados o de sacarlos de algún aprieto nunca hablan de privatizar servicios públicos, sino de «alinearse con el mercado»; no exigen flexibilidad y precariedad laboral, sino competitividad; no obligan al monocultivo y a la liquidación de formas ancestrales de vida, sino a que no se pongan trabas a la explotación intensiva y a las exigencias de la pronta rentabilidad. Lo que hacen esos famosos programas de ajuste es imponer una lógica perversa en virtud de la cual los más necesitados, para ganar, tienen que perder; confiándose a la promesa de que algún día los parabienes del crecimiento también les llegarán a ellos. Pero es más, aun cumpliéndose a rajatabla esos criterios, como ocurrió en México en la década de los 90 del siglo pasado y en Argentina durante los primeros años de este siglo, puesto que la voracidad del dinero es absolutamente irracional y la liberalización de los mercados de capitales lo permite, el capital especulativo acudirá como un tiburón hambriento allí donde esas reformas están logrando engordar a la presa y la devorará de unas cuantas dentelladas. Y voilá, ya tenemos servida la crisis, cuyo verdadero nombre es «recesión, millones de parados, pobreza, hambre infantil, desesperanza, conflictos sociales, represión…»
AAAA¿Qué ocurre si en algún cercano o remoto lugar del mundo llega al poder un gobierno que intenta resistirse a esa lógica? En relación con esto hay que hacer una puntualización previa que a muchos les resultará chocante. Por mucho que se difunda la imagen del líder corrupto y/o ineficaz del mundo en desarrollo, hay que recalcar que no sólo no siempre es así, sino que muchas veces responde a un interés indiscutible de los poderes globales para que en Occidente se tenga un perfil estereotipado de esos líderes al que recurrir en cuanto la ocasión lo requiera; esto es, cuando alcance el poder alguien que intente hacer frente a la lógica de dominación Norte-Sur y recabe para ello el apoyo de la opinión pública internacional.
AAAA¿Y cual es ese perfil? Pues no otro que el de un botarate inculto y arrogante, populista y megalómano en el mejor de los casos y psicópata en el peor. Sin embargo, no es tan difícil que un «ser humano» llegue al poder en el llamado «Tercer Mundo» . Todo lo contrario, merced al principio de proximidad, es en esos países donde es más probable que la política tenga en cuenta las necesidades de la gente. Eso lo saben bien los cooperantes y los misioneros, que han visto cómo han sido derribados innumerables gobiernos y asesinados numerosos líderes políticos por situarse precisamente en esa posición de resistencia. Desgraciadamente también lo saben los poderes que manejan el mundo, los cuales ponen tanto o más ahínco hoy en día en controlar la posibilidad de que acceda al poder un gobierno redistributivo que el que pusieron en su momento para impedir que gobernaran partidos políticos o grupos revolucionarios de ideología marxista.
AAAAVeamos un ejemplo de lo que venimos diciendo en relación con el tan satanizado populismo con el que han sido bautizados algunos recientes gobiernos de Iberoamérica.

«La Constitución que se perfila en Bolivia tendrá mucho de novedad histórica… si sale adelante se habrá conseguido la soberanía estatal sobre los recursos naturales, el pluralismo político, el reconocimiento de las minorías, el respeto por las lenguas indígenas, la potenciación de la economía familiar y comunitaria para hacer factible el desarrollo sostenible y la distribución equitativa de la riqueza. A Europa sólo se le pide no poner zancadillas al proceso jurídico-político que conduciría al nuevo orden constitucional»

AAAAAsí se expresaba Francisco Fernández Buey, catedrático de filosofía de la Universidad «Pompeu Fabra» en un artículo de opinión aparecido en el diario El País en su edición del 28 de abril de 2006. ¿Es posible ver algo perverso en esa declaración? ¿Por qué quien así se manifiesta pide –casi suplica– a Europa (a los EEUU ni siquiera se atrevería) que se les deje al menos intentarlo? ¿No se trata, ahora sí, de un paquete de objetivos razonables y humanos que mejorarían las condiciones de vida de la gente? Pues bien, ese es el tipo de declaraciones que el capitalismo neoliberal considera poco menos que demoníacas
[1]. Ahora estamos en condiciones de responder la pregunta que nos hacíamos: ¿Qué ocurre cuando un gobierno pone el énfasis en sacar de la miseria a los más necesitados con medidas reales que los favorezcan y no apelando a la incierta y quimérica exuberancia del mercado; cuando intenta respetar, aunque sea mínimamente, los derechos de los trabajadores; cuando procura no destruir el medio natural, lucha con­tra la especulación o grava razonablemente las rentas del capital? Pues que no sólo hará huir a los inversores como si de la peste se tratara, sino que se procurará desde todas las instancias globales de poder que sus objetivos no salgan adelante y, antes o después, el «buen gobierno» será convencido, derribado o corrompido para que se impongan esas condiciones que tanto gustan al dinero.

[1] Puede parecer abultada la palabra, pero si alguien tiene la estéril ocurrencia de perder el tiempo leyendo libros o artículos de opinión firmados por alguno de esos insufribles intelectuales que se dicen liberales (se quedan con la segunda parte del término «ultra-liberal» cuando en rigor sólo les corresponde la primera) comprobará hasta dónde son capaces de llegar con sus retorcidos argumentos y teorías. Y siempre parapetándose en un concepto del que se creen dueños, pero del que en realidad no saben absolutamente nada: la libertad. Por ejemplo, Carlos Rodríguez Braun, economista argentino que lleva años ejerciendo de paladín de los ricos del mundo, no tiene empacho alguno en culpar a Salvador Allende de los crímenes cometidos por Pinochet. Apoyándose en el terco e infame argumento ultraliberal de la responsabilidad diferida («las víctimas siempre son culpables»), nos dice que si el Presidente legítimo de Chile no hubiese intentado poner trabas al mercado con su programa de socialismo económico, no habría incitado a la revuelta militar. En fin, que si Allende no se hubiese atrevido a tocar el bolsillo de los ricos para aliviar las necesidades de los pobres, no habrían sido asesinados, secuestrados o torturados tantos miles y miles de chilenos inocentes. Y lo dice en términos de una supuesta conmiseración hacia las víctimas del régimen pinochetista. Se entiende que lo que conculcó Allende fue la sagrada libertad que tenían los chilenos de morir según sus propias preferencias: si se estaban muriendo tan a gusto de hambre, ¿por qué los llevaban ahora a morir ante las bayonetas del tirano?

¿LIBERTAD?

Uno de los argumentos que diríamos fuertes del libro es el de que el neoliberalismo está basado en una noción de libertad que no sólo es completamente contradictoria, sino que también es falaz, puesto que le otorga a la libertad económica la absoluta supremacía sobre todas las demás libertades, especialmente las libertades específicamente humanas, como pueden ser el deseo de vivir en un mundo justo, el de tener un aire más limpio o el de aspirar a una sociedad menos consumista. Son cada vez más los atropellos que se cometen en nombre de la libertad. Veamos algunos pasajes del libro en relación con esto:
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AAAALo que ha hecho el neoliberalismo con la noción de libertad ha sido vaciarla de todo contenido humano y ponerla al servicio, de modo exclusivo y excluyente, de los intereses económicos privados; esto es, convertirla en un arma de los fuertes para someter a los débiles. La libertad, en una burlesca contradicción, se transforma en el instrumento privilegiado para hacer esclavos. Que la libertad de los lobos significa la muerte de los corderos es algo meridianamente claro; lo que resulta humillante es que se nos quiera hacer creer que la libertad de los lobos aumenta la libertad de los corderos, y que si estos mueren será por no haber sido capaces de vestir la piel de lobo con determinación y presteza. Para legitimar esta absurda noción de libertad lo único que se requiere es que haya unas cuantas pieles de lobo esparcidas por el bosque y que todos los corderos tengan la posibilidad de luchar en igualdad de condiciones para intentar conseguir alguna....

AAAAAun cuando consiguiéramos salir airosos de la encrucijada ecológica que amenaza nuestra supervivencia; por mucho que las civilizaciones terminaran aliándose y el terrorismo y las guerras dejaran de suceder; si la historia hubiera llegado a su fin como afirma Fukuyama o hubiese perdido su razón de ser, como nos dice el posmodernismo... ¿Se imaginan un mundo parado en un punto en el que la lucha por la vida ha anulado toda conciencia de humanidad compartida, toda capacidad de encontrarse en el «otro» y saber de sus alegrías y sus miedos? ¿Se imaginan un mundo donde ha desaparecido todo atisbo de solidaridad y empresa común?; ¿un mundo en el que hay que estar en constante alerta; sin otra ocupación que la de descargar golpes a diestro y siniestro para subir al tren de los incluidos, o para no ser apeado de él?; ¿un mundo en el que se es víctima o verdugo, pero nunca se es neutral, porque no hay espacio para la retirada? Y así por los siglos de los siglos; generación tras generación; para ti y para tus hijos, y para los hijos de tus hijos…

AAAA¿Y a cambio, qué? ¿Una que otra piel de lobo escondida en la maleza para, si soy capaz de encontrarla y disputarla con éxito, empezar a ser como ellos, poseer lo que ellos poseen, vivir como viven? ¿Perder mi libertad para abrazar su esclavitud? Si es ese el premio, aunque no tuviera que traicionarme a mí mismo ni luchar con nadie para conseguirlo, se lo pueden guardar.

AAAA...el rasgo distintivo del neoliberalismo es que pone todo el énfasis en la libertad para enriquecerse (a la que eufemísticamente llaman libre comercio). ¿Pero qué nos mueve a hacernos ricos?; ¿qué nos lleva a seguir acumulando bienes más allá de los necesarios para satisfacer las exigencias de una vida digna? Únicamente el instinto de territorialidad y poder que arrastramos desde formas arcaicas de existencia. A pesar de todos los ropajes sociales y culturales que se les pongan, las conductas encaminadas a la adquisición y acumulación de bienes materiales no son más que la expresión externa de nuestro afán de dominio y posicionamiento en el grupo. Es, por tanto, a los más descarnados instintos a quienes entregamos la dirección de nuestros asuntos cuando apostamos por el libre mercado. No hay, en realidad, mayor esclavitud que ese todos contra todos que nos devuelve a la selva y le entrega todo el control a lo que de animales aún conservamos, que no es poco.

¿De verdad somos tan «malos»?

AAAANo se puede concebir otro mundo, y mucho menos hacerlo posible, desde la confusión interior. Si de mí sólo sé lo que me dicen que soy; seré, fatalmente, lo que otros quieran que sea. La naturaleza que se me ha asignado, dando por zanjado cualquier cuestionamiento a su evidente verdad, es la de un ser dominado por el egoísmo y la ambición, ávido de ventajas sobre los demás y deseoso de poseer riquezas; alguien que sólo se mueve alentado por recompensas materiales o privilegios de poder. Todo lo que creo ver en mí más allá de esa forma de ser es, o un espejismo creado por la mala conciencia, o pura hipocresía.
AAAAEl gran error de la filosofía política de todos los tiempos ha sido adherirse ciegamente al punto de vista del poder, según el cual todos los seres humanos son igual de malvados. Efectivamente, la filosofía política, desde Maquivelo hasta Popper, ha consistido siempre en buscar los argumentos más sutiles y resolver las ecuaciones más inverosímiles para demostrar que todos somos malvados y que sólo las circunstancias favorables o un carácter excepcional permiten que unos suban mientras otros se arrastran impotentes. Después, por arte de una misteriosa alquimia, toda esa maldad a la que nadie escapa se transmuta en beneficio para todos: orden, seguridad, racionalidad, progreso, prosperidad…
AAAAAcusadas unas veces de ignorancia, otras de ligereza o desenfreno, casi siempre de pereza e invariablemente de rencor hacia los fuertes, las masas forman parte del pasivo de la gran empresa histórica reservada a los ilustres; muchedumbres siempre a punto de desbocarse, incapaces de dar un solo paso sin la tutela de los grandes hombres.

AAAALa verdad, sin embargo, está en las antípodas de esa manera de concebir la realidad:

“Los avances de la humanidad no han sido gracias a los grandes hombres, sino a pesar de ellos y de sus ambiciones. A la gente de bien siempre le ha tocado llorar a los muertos y reconstruir lo devastado por los egos insaciables. Si no hubiera sido por el contrapeso de la buena voluntad, por infinitas toneladas de buena voluntad, la civilización no hubiera pasado de un patético amago. La ecuación no puede ser más simple: hacen falta cien buenas voluntades para vencer a una sola mala voluntad. Hay una especie de ley de la entropía cultural que hace que las fuerzas necesarias para lograr un pequeño avance sean mucho mayores que las que son necesarias para deshacerlo. Es algo parecido a lo que ocurre con la entropía física: apenas hace falta energía para abrir la mano y dejar caer una copa de cristal que se hará añicos; piénsese en toda la que hizo falta para producirla. Sin embargo, siguen sin tomarse en cuenta todos esos millones de seres que, desde la retaguardia y el anonimato, y sin otro motor que el de la esperanza y otra fuerza que la del amor, han construido el mundo...

AAAAPodrían considerarse la ciencia y el arte excepciones a esta regla, puesto que detrás de los grandes descubrimientos científicos y de las más espléndidas obras de arte casi siempre ha habido egos hipertrofiados, deseosos de gloria y reconocimiento. Sin embargo, es indudable que la simple ambición nunca es suficiente para avivar la llama que alimenta el genio creativo y, en todo caso, las cumbres innovadoras o creativas a las que son capaces de llegar determinados espíritus privilegiados sólo son las rocas que coronan montañas levantadas previamente por innumerables personas sencillas con su quehacer infatigable y su cuidado de las cosas. En esto, como en tantas otras cosas, son los lazos humanos que tejen la comunidad los que permiten que el saber se vaya acumulando, que la cultura se vaya perfeccionando. Quien haya de poner la última piedra en esas montañas de progreso es irrelevante en comparación con el hecho de que las montañas hayan sido levantadas.”