lunes, 2 de febrero de 2009

POPULISMO

"...cuando los organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se dedican a la noble tarea de estimular el desarrollo de los países atrasados o de sacarlos de algún aprieto nunca hablan de privatizar servicios públicos, sino de «alinearse con el mercado»; no exigen flexibilidad y precariedad laboral, sino competitividad; no obligan al monocultivo y a la liquidación de formas ancestrales de vida, sino a que no se pongan trabas a la explotación intensiva y a las exigencias de la pronta rentabilidad. Lo que hacen esos famosos programas de ajuste es imponer una lógica perversa en virtud de la cual los más necesitados, para ganar, tienen que perder; confiándose a la promesa de que algún día los parabienes del crecimiento también les llegarán a ellos. Pero es más, aun cumpliéndose a rajatabla esos criterios, como ocurrió en México en la década de los 90 del siglo pasado y en Argentina durante los primeros años de este siglo, puesto que la voracidad del dinero es absolutamente irracional y la liberalización de los mercados de capitales lo permite, el capital especulativo acudirá como un tiburón hambriento allí donde esas reformas están logrando engordar a la presa y la devorará de unas cuantas dentelladas. Y voilá, ya tenemos servida la crisis, cuyo verdadero nombre es «recesión, millones de parados, pobreza, hambre infantil, desesperanza, conflictos sociales, represión…»
AAAA¿Qué ocurre si en algún cercano o remoto lugar del mundo llega al poder un gobierno que intenta resistirse a esa lógica? En relación con esto hay que hacer una puntualización previa que a muchos les resultará chocante. Por mucho que se difunda la imagen del líder corrupto y/o ineficaz del mundo en desarrollo, hay que recalcar que no sólo no siempre es así, sino que muchas veces responde a un interés indiscutible de los poderes globales para que en Occidente se tenga un perfil estereotipado de esos líderes al que recurrir en cuanto la ocasión lo requiera; esto es, cuando alcance el poder alguien que intente hacer frente a la lógica de dominación Norte-Sur y recabe para ello el apoyo de la opinión pública internacional.
AAAA¿Y cual es ese perfil? Pues no otro que el de un botarate inculto y arrogante, populista y megalómano en el mejor de los casos y psicópata en el peor. Sin embargo, no es tan difícil que un «ser humano» llegue al poder en el llamado «Tercer Mundo» . Todo lo contrario, merced al principio de proximidad, es en esos países donde es más probable que la política tenga en cuenta las necesidades de la gente. Eso lo saben bien los cooperantes y los misioneros, que han visto cómo han sido derribados innumerables gobiernos y asesinados numerosos líderes políticos por situarse precisamente en esa posición de resistencia. Desgraciadamente también lo saben los poderes que manejan el mundo, los cuales ponen tanto o más ahínco hoy en día en controlar la posibilidad de que acceda al poder un gobierno redistributivo que el que pusieron en su momento para impedir que gobernaran partidos políticos o grupos revolucionarios de ideología marxista.
AAAAVeamos un ejemplo de lo que venimos diciendo en relación con el tan satanizado populismo con el que han sido bautizados algunos recientes gobiernos de Iberoamérica.

«La Constitución que se perfila en Bolivia tendrá mucho de novedad histórica… si sale adelante se habrá conseguido la soberanía estatal sobre los recursos naturales, el pluralismo político, el reconocimiento de las minorías, el respeto por las lenguas indígenas, la potenciación de la economía familiar y comunitaria para hacer factible el desarrollo sostenible y la distribución equitativa de la riqueza. A Europa sólo se le pide no poner zancadillas al proceso jurídico-político que conduciría al nuevo orden constitucional»

AAAAAsí se expresaba Francisco Fernández Buey, catedrático de filosofía de la Universidad «Pompeu Fabra» en un artículo de opinión aparecido en el diario El País en su edición del 28 de abril de 2006. ¿Es posible ver algo perverso en esa declaración? ¿Por qué quien así se manifiesta pide –casi suplica– a Europa (a los EEUU ni siquiera se atrevería) que se les deje al menos intentarlo? ¿No se trata, ahora sí, de un paquete de objetivos razonables y humanos que mejorarían las condiciones de vida de la gente? Pues bien, ese es el tipo de declaraciones que el capitalismo neoliberal considera poco menos que demoníacas
[1]. Ahora estamos en condiciones de responder la pregunta que nos hacíamos: ¿Qué ocurre cuando un gobierno pone el énfasis en sacar de la miseria a los más necesitados con medidas reales que los favorezcan y no apelando a la incierta y quimérica exuberancia del mercado; cuando intenta respetar, aunque sea mínimamente, los derechos de los trabajadores; cuando procura no destruir el medio natural, lucha con­tra la especulación o grava razonablemente las rentas del capital? Pues que no sólo hará huir a los inversores como si de la peste se tratara, sino que se procurará desde todas las instancias globales de poder que sus objetivos no salgan adelante y, antes o después, el «buen gobierno» será convencido, derribado o corrompido para que se impongan esas condiciones que tanto gustan al dinero.

[1] Puede parecer abultada la palabra, pero si alguien tiene la estéril ocurrencia de perder el tiempo leyendo libros o artículos de opinión firmados por alguno de esos insufribles intelectuales que se dicen liberales (se quedan con la segunda parte del término «ultra-liberal» cuando en rigor sólo les corresponde la primera) comprobará hasta dónde son capaces de llegar con sus retorcidos argumentos y teorías. Y siempre parapetándose en un concepto del que se creen dueños, pero del que en realidad no saben absolutamente nada: la libertad. Por ejemplo, Carlos Rodríguez Braun, economista argentino que lleva años ejerciendo de paladín de los ricos del mundo, no tiene empacho alguno en culpar a Salvador Allende de los crímenes cometidos por Pinochet. Apoyándose en el terco e infame argumento ultraliberal de la responsabilidad diferida («las víctimas siempre son culpables»), nos dice que si el Presidente legítimo de Chile no hubiese intentado poner trabas al mercado con su programa de socialismo económico, no habría incitado a la revuelta militar. En fin, que si Allende no se hubiese atrevido a tocar el bolsillo de los ricos para aliviar las necesidades de los pobres, no habrían sido asesinados, secuestrados o torturados tantos miles y miles de chilenos inocentes. Y lo dice en términos de una supuesta conmiseración hacia las víctimas del régimen pinochetista. Se entiende que lo que conculcó Allende fue la sagrada libertad que tenían los chilenos de morir según sus propias preferencias: si se estaban muriendo tan a gusto de hambre, ¿por qué los llevaban ahora a morir ante las bayonetas del tirano?

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